Conferencias - Ciencia - Arte - Literatura - Noticias - Unase
Inglés - Inicio

Literatura

La España de Carlos III y el Sistema Americano

La independencia de los Estados nacionales soberanos
de Iberoamérica

por William F. Wertz y Cruz del Carmen Moreno de Cota

El apoyo que España y sus colonias —entre ellas México y Cuba— le dieron a la Revolución Americana, sentó las bases para que después los EU reconocieran la independencia de los Estados nacionales soberanos de Iberoamérica. La muerte de Gabriel, el hijo favorito de Carlos III, en octubre de 1788, presagió su propia muerte poco después, el 14 de diciembre de 1788. Carlos III declaró: "Gabriel ha muerto, pronto lo habré de seguir". Por desgracia, el sucesor de Carlos III fue un hijo débil, Carlos IV, quien no pudo brindar el liderato necesario para continuar el proyecto de su padre.

Es claro que los británicos querían vengarse de los borbones. En Francia, los británicos, usando los mismos métodos que emplearon contra Carlos III en 1766, orquestaron la Revolución Francesa para evitar el establecimiento de una república constitucional estilo americano en Europa. Después del Terror jacobino y del ascenso de Napoleón Bonaparte al poder, el siguiente objetivo fue España. Ya sin el liderato de Carlos III y debilitada por la destrucción de su aliada borbona Francia, Napoleón invadió España en 1808, imponiendo a su hermano José en el trono español.

La invasión de Napoleón sirvió de modelo para lo que Hitler hizo en los 1930. España era la clave, no sólo para controlar Iberoamérica, sino también para tratar de destruir a los EU desde el sur. En los 1930 los nazis pusieron en el poder al general fascista Francisco Franco en España, y entonces usaron a la Falange como instrumento para organizar un aparato sinarquista fascista en Iberoamérica, en especial en México, en un esfuerzo por abrir un flanco contra los EU. Esto fue precisamente lo que Napoleón intentó hacer a principios de los 1800.

Este plan fracasó con Napoleón al igual que después con los nazis, más que nada por el legado de Carlos III en Iberoamérica, y por la comunidad de principio que las naciones soberanas de las Américas habían desarrollado.

Todo estudio sobre Carlos III tiene que tomar en cuenta el impacto persistente de sus contribuciones en las Américas, como lo expresa la Doctrina Monroe del presidente estadounidense James Monroe y su secretario de Estado John Quincy Adams.

Durante su reinado, Carlos desarrolló el concepto de formar una mancomunidad entre España y sus colonias. Es más, sus esfuerzos en Hispanoamérica, sobre todo la expulsión de los jesuitas, estuvieron centrados en lograr el desarrollo científico, educativo y económico de sus pueblos.

Cuando José de Gálvez devino en ministro del Consejo de Indias en 1776, ordenó la abolición del sistema de repartimiento, que era una forma de esclavitud de facto de los indios, y emprendió la tarea de reorganizar las instituciones bancarias y financieras de la Nueva España siguiendo lineamientos colbertistas, para aumentar el comercio y los ingresos del Estado, y para promover y proteger la industria. Gálvez estaba comprometido con el principio de que a los indios y otras castas (es decir, a los mestizos) se les debe permitir disfrutar los derechos que la ley divina y humana le concede a todos los hombres,(26) un principio negado por los jesuitas, cuya expulsión de la Nueva España Gálvez supervisó en 1767. El cura Miguel Hidalgo y Costilla, quien luego dirigiría el movimiento independentista en México, fue uno de los administradores del nuevo sistema de intendencia que remplazó al repartimiento.

En los 1780 los enviados de Carlos III en todas las principales capitales de Iberoamérica establecieron Sociedades Económicas de Amigos del País leibnizianas como las de España. Éstas servían como centros de debate intelectual y de difusión de las ideas republicanas, y en su mayoría estaban en contacto directo con la Sociedad Filosófica Americana de los EU, y conocían y admiraban la obra de Franklin.

Así, aunque la Revolución Francesa orquestada por los británicos sofocó la diseminación de la Revolución Americana hacia Europa, la conspiración internacional de las redes leibnizianas de Benjamín Franklin y sus aliados europeos estableció las instituciones que hicieron fructificar el sueño de Carlos III en Hispanoamérica, en las primeras décadas de los 1800.

La primer nación en declarar su independencia después de la invasión napoleónica de España fue México. El cura Miguel Hidalgo y Costilla fue elegido capitán general y protector de la nación el 15 de septiembre de 1810, y lanzó una proclama que, según sus propias palabras, equivalía a una proclamación de independencia y libertad natural. Después, el 5 de julio de 1811, el Congreso de Venezuela proclamó su independencia: "Nosotros, por tanto, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, con el Ser Supremo como testigo de la justicia de nuestro proceder. . . en el nombre y con el apoyo del pueblo virtuoso de Venezuela, solemnemente declaramos al mundo que nuestras provincias son y serán por siempre a partir de este día de facto y de jure naciones libres, soberanas, e independientes, no debiendo obediencia a nadie, e independientes de la Corona española y de cualquier otro que reclame ya sea ahora o en cualquier momento en el futuro, ser su apoderado o representante". En Venezuela, Juan Germn Roscio tradujo "Los derechos del hombre" de Thomas Paine en 1811, y después redactó la Constitución de Venezuela tomando como modelo la de los EU.

Otras naciones les siguieron, aunque pasaría más de una década antes de que la independencia de varias naciones de Iberoamérica lograra consolidarse, y de que los EUA estuvieran en la posición política de reconocerlas como sus aliadas naturales, pues estaban inspiradas en su propia lucha por la libertad. La razón de todo esto es clara.

Luego de la Revolución Francesa y de la "contrarrevolución" napoleónica, los EUA republicanos estaban aislados en lo político y lo militar a nivel internacional. Gran Bretaña seguía siendo su principal adversario, como quedó de manifiesto con la invasión y la Guerra de 1812. La Santa Alianza, establecida en el Congreso de Viena de 1815 por los Habsburgo y el Imperio Británico para frenar la propagación de las ideas "americanas" y evitar el derrocamiento del sistema oligarca, dominaba a Europa. En consecuencia, la política estadounidense fue una de apoyo a la libertad, al tiempo que no podía abrazar de forma abierta la causa de ésta en el exterior. Su política, por tanto, estaba basada en principios, pero requería mantener una posición neutral hasta tener el poder político y militar necesarios para desafiar a las potencias europeas, algo que sólo fue posible hasta que Abraham Lincoln derrotó a la Confederación apoyada por los británicos y los Habsburgo en la Guerra Civil.

Crecen los lazos entre los EU e Iberoamérica

La invasión napoleónica de España sacudió el árbol de la libertad en las colonias americanas de esta república y de Portugal, y preparó el camino para que empezara un movimiento de independencia. Sin embargo, aun antes de eso, la condición debilitada de España y de Francia las había llevado a estrechar lazos con los EU y las colonias españolas. Una orden real del 18 de noviembre de 1796 abrió las colonias españolas al "comercio neutral", del cual el principal beneficiario fueron los EU. La victoria británica en Trafalgar en 1805 casi destruyó la flota de Francia y de su aliada España, abriéndole aun más las puertas a la colaboración en las Américas.

El comercio entre los negociantes estadounidenses y los hispanoamericanos creció en los 1790. El comerciante filadelfio Stephen Girard, quien tenía un gran interés comercial en Santo Domingo (Haití) en los 1790, inició proyectos comerciales a gran escala con la Hispanoamérica continental. Después, Girard estuvo entre los cinco primeros directores del Segundo Banco hamiltoniano de los EU, nombrado por el presidente James Madison en 1816.

Los enviados estadounidenses establecieron vínculos con círculos republicanos de toda la Sudamérica española. William Shaler y Richard Cleveland, por ejemplo, viajaron a Montevideo y Buenos Aires en 1799. En 1802 zarparon, vía las islas Canarias y Río de Janeiro, a Valparaíso, Chile, donde difundieron una copia de la Constitución de los EU y una traducción al español de la Declaración de Independencia. Cuando siguieron su viaje a San Blas, México, repitieron ahí su labor organizativa. Shaler serviría después como agente del Gobierno estadounidense en la Hispanoamérica revolucionaria. Condy Raquet, quien después trabajaría con el Gobierno de Brasil, visitó Haití en 1804, y en 1809 publicó sus Memoires of Haiti (Memorias de Haití).

Los presidentes Thomas Jefferson (1801-1809), James Monroe (1817-1825) y muchos otros estadounidenses sabían español. Monroe aprendió español cuando estuvo en España cumpliendo una misión especial en 1805.

Tras la invasión napoleónica de España, el presidente Jefferson autorizó que los representantes de los EU le comunicaran oficialmente a personas influyentes de Cuba y México:

"Si decidieran declarar su independencia, por el momento no podemos comprometernos a decirles que haríamos causa común con ustedes, sino que debemos reservarnos para actuar conforme a las circunstancias entonces prevalecientes; pero, en nuestro proceder, nos influirá la amistad que nos une, un firme sentimiento de que nuestros intereses están íntimamente conectados, y la mayor de las repugnancias de verlos subordinados, ya sea a Francia o a Inglaterra, en lo político o en lo comercial".(27)

Jefferson también instruyó al gobernador William Charles Cole Claiborne del recién adquirido territorio de Luisiana:
"Si [los patriotas españoles] tienen éxito [en su resistencia contra Napoleón], estaremos muy satisfechos de ver que Cuba y México conservan su actual dependencia [de España], pero muy reacios a verlos en la de Francia o Inglaterra, en lo político o lo comercial. Consideramos que su interés y el nuestro es el mismo, y que el objetivo de ambos tiene que ser el excluir toda influencia europea de este hemisferio".(28)

Los primeros representantes de los EU ante los gobiernos de Hispanoamérica fueron enviados cuando Robert Smith era secretario de Estado del presidente James Madison (1809-1817); el hermano de Robert, Samuel, era un comerciante de Baltimore que tenía vínculos comerciales con Iberoamérica. Thomas Sumter, Jr., por ejemplo, fue comisionado a Río de Janeiro, donde quedó reubicada la corte portuguesa en 1809 luego de huir de la invasión napoleónica de Portugal.

El año 1810 vio el nombramiento de tres representantes que partieron para Iberoamérica: William Shaler a La Habana y Vera Cruz, México; Robert K. Lowry a La Guaira, Venezuela; y Joel Robert Poinsett a Buenos Aires, Chile y Perú. Shaler y Poinsett recibieron instrucciones de que, ante la posibilidad de que Hispanoamérica "disolviera del todo sus relaciones coloniales con Europa. . . dieran a entender que los EU comparten la más sincera buena voluntad hacia los pueblos de Hispanoamérica en tanto vecinos", y que esto coincidiría "con el sentir y la política de los EU de fomentar la más amistosa de las relaciones y el más libre intercambio entre los habitantes de este hemisferio".(29)

El presidente Madison también permitió que emisarios revolucionarios de Hispanoamérica residieran en los EU, y no impidió que compraran municiones en este país. De Buenos Aires llegaron Diego de Saavedra y Juan Pedro de Aguirre; de Venezuela, Telésforo de Orea y Juan Vicente Bolívar, hermano de Simón Bolívar, quien a la vez estaba en Inglaterra, de resultas de lo cual fue más influido por los británicos que por los patriotas de los EU; de México, José Bernardo Gutiérrez de Lara; de Cuba, José Álvarez de Toledo; y de Cartagena (en lo que ahora es Colombia), Manuel Palacio Fajardo.

La misión de los emisarios de Buenos Aires era conseguir pertrechos militares. Primero entraron en contacto con Manuel Torres, un español con conexiones a Colombia, quien vivía en Filadelfia desde 1796, y después con el comerciante Stephen Girard y con el enviado venezolano Telésforo de Orea.

En noviembre de 1811 el Congreso de los EU creó la comisión sobre las colonias españolas en América, con Samuel Latham Mitchill como su presidente, para que le informara al Congreso de los acontecimientos en Iberoamérica, en el marco del creciente movimiento de independencia y de las relaciones cada vez mayores con los EU.

Los preparativos para el reconocimiento de la independencia

En los preparativos para que los EU reconocieran la independencia de las naciones de Iberoamérica, fue clave el esfuerzo por educar al público y a los políticos sobre el continente.

El Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de Humboldt fue una contribución importante. Otra contribución significativa fue la traducción que hiciera al inglés Washington Irving del libro de François R.J. Depons,Voyage a la partie orientale de la Terre-Ferme (Viaje a la parte oriental de Tierra firme, o el continente español en Sudamérica, en 1801, 1802, 1803 y 1804) que fue publicada en Nueva York en 1806, con prefacio del propio Samuel Latham Mitchill.

El presidente Jefferson le escribió a Humboldt en diciembre de 1813: "Creo que ha sido una gran fortuna que sus viajes a esos países [de Hispanoamérica] fuesen tan oportunos como para darlos a conocer al mundo en el momento en que estaban por convertirse en protagonistas de su escenario. . . En verdad, tenemos poco conocimiento de ellos en el cual confiar, si no es por el suyo".(30)

El informe de Humboldt, tan apreciado por Jefferson, era por supuesto la continuación y el fruto de los trabajos iniciados por las expediciones botánicas de Carlos III.

En su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España Humboldt escribió que "ningún Gobierno europeo sacrificó sumas más grandes" que los reyes borbones, para impulsar el conocimiento científico en el Nuevo Mundo, y que cuando llegó a México a fines del siglo 18, encontró que:

"Ninguna de todas las ciudades del nuevo continente, incluidos los Estados Unidos, está en posesión de instituciones científicas más grandes y más firmemente fundadas que México, dirigido por el instruido Elhuyar. . . el Jardín botánico, y la Academia de Pintura y Escultura. Esta Academia lleva el título de Academia de las Nobles Artes de México. Debe su existencia al patriotismo del ministro Glvez. El Gobierno le ha asignado un edificio espacioso, en el que hay una colección de enyesado mucho más fina y más completa que la que se puede encontrar en cualquier parte de Alemania". (31)

Quizás los tres principales responsables del reconocimiento final de las naciones de Iberoamérica fueron el presidente Monroe, John Quincy Adams y Henry Clay. Sólo Monroe, como quedó dicho, hablaba y escribía bien en español. En 1824 Henry Clay expresó su gratitud y confianza en Joel Poinsett, por su destacada labor en abogar por dicho reconocimiento.

Joel Poinsett ocupó cargos sucesivos en Buenos Aires, Valparaíso y la Ciudad de México. Era oriundo de Carolina del Sur, miembro de la Sociedad Filosófica Americana y, luego, integrante del Congreso y secretario de Guerra. En 1825 escribió sus Notas sobre México.

Condy Raquet, quien estuvo en Río de Janeiro varios años, también era miembro de la Sociedad Filosófica Americana. John Murray Forbes, enviado especial y encargado de negocios en Buenos Aires, fue compañero de clase de John Quincy Adams en la Universidad de Harvard, y fue cónsul en Hamburgo y Copenhague antes de que lo mandaran a Sudamérica. William Tudor, enviado especial y cónsul en Lima, fue el fundador y primer director de la North American Review, y una de las principales luminarias literarias de Boston antes de ocupar puestos diplomáticos.

En los EU había varios representantes de gobiernos iberoamericanos y patriotas argentinos exiliados. Entre estos últimos estaba Vicente Pazos, autor de las bien conocidas Cartas de las Provincias Unidas de América del Sur dirigidas a Henry Clay, escritas en español y publicadas en traducción al inglés en 1819.

Mención especial merecen dos propagandistas de Hispanoamérica: uno fue un extranjero, el arriba citado Manuel Torres; el otro, un ciudadano y oficial de la Armada de los EU, el capitán David Porter. Torres publicó dos libros: An exposition of the Commerce of Spanish America (Una exposición sobre el comercio de Hispanoamérica), de 1816, y An Exposition of South America, With Some Observations upon Its Importance to the United States (Una exposición sobre Sudamérica, con algunas observaciones sobre su importancia para los EU) de 1819. El capitán Porter libró su campaña a favor de la independencia de Hispanoamérica siendo miembro de la Junta de Marina en Washington, D.C. Luego brindó servicio en las Indias Occidentales, y después entró al servicio naval en México.

Los amigos de la independencia de Hispanoamérica estaban activos en varias ciudades. Como el inmigrante irlandés William Duane (jefe de redacción del periódico filadelfio The Aurora) y Torres en Filadelfia; y Porter, H.M. Brackenridge, y el administrador general de correos de los EU, Joseph S. Skinner, en Washington, D.C., y en Baltimore.

En 1817 una comisión recibió el encargo de preparar a la población de los EU para reconocer la independencia de las naciones de Iberoamérica. Los tres miembros de la comisión designados fueron: Caesar A. Rodney de Wilmington, Delaware, un ex congresista y procurador general de los EU; el juez Theodorick Bland de Baltimore, suegro del administrador general de correos J.S. Skinner y amigo de David Porter; y John Graham, ex secretario de la representación y enviado a Madrid. El diseñador de folletos H.M. Brackenridge los acompañó como secretario en una misión a Iberoamérica.

Ésta era entonces la estrecha red de patriotas estadounidenses e iberoamericanos que tuvieron una participación decisiva en preparar el camino para el reconocimiento de la independencia de las primeras naciones de Iberoamérica por parte del Gobierno de los EUA, a principios de los 1820, un reconocimiento basado en una comunidad de principio entre una familia de Estados nacionales soberanos, como la planteada por la Doctrina Monroe.

Hay que hacer de cada hombre un rey

Hoy la única forma posible de por fin desmantelar el Imperio Británico que ha regido al mundo desde 1763, y de derrotar al sinarquismo internacional desplegado a su servicio, es apoyando al principal pensador leibniziano de nuestros días, Lyndon H. LaRouche, para así revivir el legado de Leibniz que inspiró tanto el trabajo de Carlos III como el nacimiento de los Estados Unidos de América.

Estamos librando una guerra entre dos ideas de gobierno diametralmente opuestas, tal y como lo expresó Federico Schiller al contrastar la legislación de Solón de Atenas con la de Licurgo de Esparta, basado, como LaRouche lo ha subrayado con insistencia, en la diferencia que existe entre el hombre en tanto imago viva dei (creado a imagen viva de Dios) y las bestias.

Es una guerra que ahora está en marcha en el terreno político en todo el mundo, entre, por un lado, el ex precandidato demócrata a la Presidencia de los EU, Lyndon LaRouche, y, por el otro, los hombres-bestia sinarquistas representados por Dick Cheney y sus círculos neoconservadores, entre ellos sus agentes quijanistas en el mundo de habla hispana.

Carlos III fue un patriota y un ciudadano del mundo, tal como Schiller define a un verdadero patriota. Fue educado como un verdadero príncipe cristiano y, como tal, haría sentir orgullosos a Nicolás de Cusa, a la Hermandad de la Vida en Común, a Erasmo de Rótterdam y a Federico Schiller.

En sus Cartas sobre don Carlos Schiller escribió:

"Recuerda, querido amigo, cierto debate sobre un tema favorito de nuestra década —acerca de esparcir una humanidad más pura y gentil, acerca de la mayor libertad posible del individuo dentro del mayor florecimiento del Estado; en breve, acerca de la condición más perfecta del hombre, como dan por alcanzable su naturaleza y sus facultades—, pues entre nosotros cobra vida y encanto uno de los sueños más hermosos, en el que el corazón queda a descubierto de tan grata forma. Concluimos en ese momento con el deseo fantástico, con esa fortuna, que de cierto ya ha hecho mayores maravillas y ha de satisfacerse en el siguiente ciclo juliano, de despertar de nuevo nuestra secuencia de ideas, nuestros sueños y convicciones, fertilizados con la misma vitalidad y simplemente con tanta buena voluntad en el primogénito de un futuro gobernante de este u otro hemisferio. . ."

"Tiempo ha que nuestra conversación quedó olvidada, que yo entre tanto trabé conocimiento del príncipe de España; y pronto noté esta inspirada juventud, tal que él bien puede ser aquel con quien podamos realizar nuestro designio. ¡Con sólo pensarlo está hecho! Todo lo que hallé lo jugué de tal modo entre mis manos, como si lo hubiera hecho a través de un espíritu protector: el sentido de libertad luchando contra el despotismo; los grilletes de la estupidez rompiéndose a pedazos; los prejuicios milenarios sacudidos; una nación que exige sus derechos humanos; las virtudes republicanas llevadas a la práctica; las ideas brillantes puestas en circulación; las mentes en fermento; los corazones elevados por un interés inspirado. Y ahora, para completar la feliz constelación, en el trono una joven alma bellamente organizada sale avante de la opresión y el sufrimiento en lozanía solitaria y no coartada. Infeliz —así lo decidimos— ha de ser el hijo del rey, en quien quisimos llevar a término nuestro ideal. '¡Sé tú un hombre en el trono del rey Felipe!' " (32)

Para Schiller, don Carlos y el marqués de Posa forman "un designio entusiasta por acarrear la condición más feliz que la sociedad humana pueda alcanzar".

No es ninguna casualidad que los quijanistas odien la mera memoria de Carlos III, un hombre que estaba dedicado a hacer de cada hombre un rey.

__________FIN_________

regrese a 'Nuestras últimas publicaciones'

_________________________________________________________________

- La España de Carlos III y el Sistema Americano - Introducción
- Las políticas económicas leibnizianas de Carlos III
- La expulsión de los jesuitas de España
- La participació de España en la Revolución Americana
- La independencia de los Estados nacionales soberanos de Iberoamerica
- Indice: La España de Carlos III

El Instituto Schiller agradece su apoyo. Su colaboracion nos ayuda a publicar la Revista Fidelio, y también para organizar conciertos, conferencias, y otras actividades que representan intervenciones en la vida politica y cultural en este país y en el mundo

schiller@schillerinstitute.org

PO BOX 20244 Washington, DC 20041-0244
703-297-8368

Copyright Schiller Institute, Inc. 2001. Todos los derechos reservados